Halloween: El gran engaño

 

Otro otoño ha comenzado. Las hojas que ahora decoran el paisaje son de tono rojizo, anaranjado y marrón. Pronto los árboles se secarán y la temperatura continuará en descenso.

Pero ese no es el único cambio que trae la fecha. En el mes de octubre especialmente comenzamos a ver calabazas, esqueletos, brujas, gatos, y muchos otros objetos tenebrosos decorando vecindarios enteros. Se aproxima Halloween y las tiendas llenan sus estanterías con todo tipo de disfraces para personas de toda edad. Dentro de poco nos encontraremos con princesas, vampiros, animales, monstruos, y todo tipo de personajes reconocidos desfilando por las diferentes avenidas que recorren la ciudad, para pedir dulces. Participar de este día parece una actividad inofensiva. Disfrazar a nuestros niños, decorar nuestras casas, ofrecer golosinas a quienes tocan la puerta… no tiene nada de malo, ¿verdad?

Lo cierto es que la “diversión inofensiva” que Halloween aparentemente ofrece existe para perpetuar una mentira que se originó en el Jardín del Edén. Después de que Dios le advirtiera a Adán y Eva que no comieran del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, ¿recuerdas lo que Satanás le dijo a Eva para incitarla a desobedecer? “No moriréis” (Génesis 3:5). Bien. El propósito de Halloween no es entretener. Es celebrar el espiritismo, la mentira de que los espíritus de los muertos sobreviven a la muerte corporal y se comunican con los vivos.

Halloween tiene sus orígenes en Europa hace más de 2.500 años, cuando los Irlandeses celebraban la culminación de la temporada de cosecha. Ellos creían que en esa fecha los espíritus de los muertos se podían reencontrar con los seres vivientes. Para que estos espíritus no se extraviaran, encendían velas y preparaban comida y dulces que luego colocaban en las ventanas y puertas. Según su creencia, además de espíritus buenos, también podían venir espíritus malos. Por eso las personas se disfrazaban para no ser reconocidas y dañadas por estos seres malignos. El nombre de Halloween se deriva de la frase en inglés “All Hallows Eve” (La víspera de todos los santos).

Halloween nos invita a creer que los muertos habitan entre nosotros, en nuestros hogares, y que nos podemos comunicar con ellos. Pero eso no es justamente lo que la Biblia enseña.

En el libro de Eclesiastés, el sabio Salomón escribió: “Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido” (Eclesiastés 9:5). No, los muertos no están en el cielo alabando a Dios. La Biblia es inequívoca en ese punto. “No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio” (Salmos 115:17). Tampoco están en la tierra habitando entre nosotros.

Quienes enseñan que los seres humanos poseen un alma inmortal o un alma que sobrevive a la muerte corporal, deben su sistema de creencias más a Platón que a la Biblia. El apóstol Pablo enseñó claramente que los muertos están descansando hasta el día de la resurrección (véase 1 Corintios 15: 51-55, 1 Tesalonicenses 4:13-18). Si esto no fuera cierto, ¿para qué necesitaría Jesús regresar a la tierra a buscarnos? (Juan 14:1-3)

Recuerda las palabras de Jesús: “Yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44). Jesús declaró que el justo será “recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:14). Si alguien sobreviviera a la muerte corporal y se fuera inmediatamente al cielo, sería “recompensado” mucho antes de “la resurrección de los justos”.

Halloween existe para perpetuar una de las mentiras más grandes de Satanás: la mentira de que los muertos no están realmente muertos. Una mentira que está preparando al mundo para un engaño masivo antes del regreso de Jesús.

Mientras se aproxima esta fecha, medita en lo que la Biblia enseña acerca de la muerte. La clave para la vida eterna se encuentra únicamente en Jesús. Sin Él nadie sale de la tumba. Con Jesús, “los muertos en Cristo resucitarán” (1 Tesalonicenses 4:16). Nuestra esperanza de vida después de esta vida está en él. Este año dile no al engaño y dile sí a las promesas de vida eterna que nos ofrece Jesús.